Sobre el crédito y la validez de las pruebas proyectivas
Si las nubes estuvieran quietas, el cielo sería distinto. Al mirar una nube, también podemos ver un perro y al poco rato quizá una flor. «Me recuerda a mí un murciélago, con las alas desplegadas, volando; o, mejor, en reposo, pegado a un cartón donde está clavado. Este es el hocico y éstas las patas. Me recuerda algo siniestro, que ha sido habitante de habitaciones oscuras, en donde pasaba veloz cerca del rostro de alguien asustado, pensando en los vampiros; alguien, quizá un niño». Este comentario no surge a propósito del cielo, sino de la lámina V del test de las manchas de Rorschach. Se recoge en el tomo primero de «Introducción a la psiquiatría» de Carlos Castilla del Pino (Alianza, 1979), en cuya portada aparece una sugerente mancha coloreada. ¿Flor o mariposa? Los créditos del libro no dan fe, por lo que muchos lectores pueden haber creído que era una mancha de Rorschach. Pero no, las manchas auténticas de la más popular de las pruebas proyectivas no se pueden publicar (eso sí, pueden comprarse en internet en la International Rorschach Society a 75 dólares). Las manchas creadas por este psiquiatra suizo, que murió a los 37 años por una apendicitis hará ahora 80 años, son sólo 10, están numeradas y son simétricas; cinco tienen algún color y las otras cinco son negras y grises. Si cada año cientos de miles de personas las observan por arriba y por abajo, y le dicen a un psicólogo o psiquiatra lo que ven en ellas es porque se supone que las respuestas reflejan su personalidad y su salud mental.
La popularidad de la prueba llevó al artista pop Andy Warhol a crear en 1984 sus propias Rosrchach Paintings, pero su prestigio ya ha declinado hace décadas. Los graves reparos que se le ponen a la prueba se refieren a su validez, es decir a la idoneidad del método para medir lo que pretende (su capacidad de descubrir la mayoría de los trastornos psiquiátricos es escasa, excepto para la esquizofrenia y algún otro trastorno del pensamiento), y a su fiabilidad, pues se han encontrado enormes diferencias según quien valore las respuestas. Otras pruebas proyectivas, como la de completar frases, han salido algo mejor paradas cuando han sido sometidas al escrutinio investigador, pero en general los test proyectivos, desde el de dibujar una persona para niños al test de apercepción de temas (TAT) para construir historias a partir de láminas ambiguas, no superan un estudio riguroso sobre su validez y fiabilidad. Sin duda estas pruebas proyectan la personalidad del sujeto de alguna manera. Pero decir «de alguna manera» no es gran cosa, porque todo ocurre de alguna manera. La cuestión es explicar cómo se proyecta y qué conclusiones válidas se pueden extraer. Interpretar es fácil; todos lo hacemos a diario: una sonrisa, un silencio, este gesto grave, aquel olvido. Pero también todos los días nos equivocamos. El problema es cuando a las interpretaciones inciertas se les da valor clínico y esto afecta gravemente al sujeto que llamamos paciente.
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