Sobre la colaboración ciudadana en la información de salud
[divider_flat] El mundo de la medicina y de la información médica no va a permanecer ajeno mucho tiempo a las posibilidades de la web 2.0. Los nuevos usos de esta internet de segunda generación, centrados en la participación de los usuarios para diseñar una red de servicios a la medida de sus necesidades, pueden introducir un positivo factor corrector en algunas de las disfunciones que aquejan a la información de salud y, en general, a la relación de los ciudadanos con la medicina. Si los usuarios han empezado a tomar internet con sus vídeos, sus fotografías y sus blogs, definiendo nuevos espacios de creación e información, abriendo canales de participación, desafiando a los poderes establecidos y mostrando la influencia de las organizaciones abiertas, desjerarquizadas y autorreguladas, ¿por qué no van a infiltrarse también en el rígido y atrincherado territorio de la medicina?
De hecho, ya han empezado a hacerlo. Por una parte, el propio cuerpo médico ha entendido que ha llegado el fin de una época, caracterizada por el paternalismo, la verticalidad y la infalibilidad de la bata blanca. Aunque a veces a regañadientes, los médicos han tenido que aceptar la pérdida de su posición dominante y adaptarse a un nuevo escenario en el que los pacientes son también actores y no precisamente secundarios. Por otro lado, los propios ciudadanos empiezan a ser conscientes de este cambio en las relaciones de poder y a asumir un creciente protagonismo en el gobierno de su salud. Aunque quizá demasiado tuteladas y dirigidas, las asociaciones de pacientes están adquiriendo una capacidad de influencia impensable hace unos pocos años. Sin duda, buena parte de estas nuevas relaciones entre los ciudadanos y sus cuidadores ha sido posible gracias a internet y a la oleada de aire fresco que ha traído en la última década. La posibilidad de acceder a las fuentes originales del saber biomédico y a toda una panoplia de servicios informativos han reforzado la posición de los pacientes, que ahora pueden dar y quitar su confianza a los proveedores de servicios de salud, intervenir en la selección de los mejores médicos y centros asistenciales, velar por la defensa de sus intereses e incluso evaluar y valorar la calidad de las noticias médicas. Esta es, en definitiva, la pacífica revolución ciudadana que trae la web 2.0.
Pero la medicina no es YouTube, y todas estas posibilidades son más virtuales que reales. De entrada, los ciudadanos deberían colaborar en mejorar la calidad de la información médica con sus críticas y su labor de vigilancia, como ya empiezan a hacer algunas organizaciones independientes, como Health News Review. De momento, tanto la participación de los lectores como la autorregulación son muy incipientes, porque la información médica es un territorio enormemente complejo y sujeto a múltiples intereses, vicios y resistencias. Pero acabarán prosperando. Porque no hay más remedio que asumir la evidencia de las evidencias: que la salud es un asunto deliberativo que exige la participación de todos.
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