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Sobre la popularidad y la calidad de los sitios médicos

Por si alguien no se había enterado de qué revista médica está más y mejor volcada en internet y a la vez marcando las pautas, abriendo nuevos caminos y animando el debate médico sobre la salud electrónica, su último número especial deja las cosas bien claras. El British Medical Journal (BMJ), en su edición del 9 de marzo (Evaluating the quality of health information on the internet), casi monográfica, ofrece un marco y unos elementos de reflexión de lo más sugerentes para repensar la calidad de la información médica en internet, un asunto debatido desde los orígenes mismos de la red y que en otros foros resulta inconsistente y gastado.

Como se dice en uno de los editoriales, estamos más que convencidos de que “la calidad de la información de la red varía tanto como en otros medios”. ¿Y por qué iba a ser de otra manera? Por eso, igual que con la televisión o la prensa, cabe sospechar que no es oro todo lo que reluce; que una cosa es la credibilidad y otra su apariencia; que la calidad y la popularidad no van necesariamente de la mano; que la opinión de los usuarios sobre qué consideran una información de calidad no se ve refrendada luego con su comportamiento como internautas y los sitios que frecuentan; y que, en fin, la calidad general de la información de salud en la red puede haber mejorado en los últimos años, pero no es nada fácil medirla y mucho menos regularla. Todas estas sospechas y algunas otras cuestiones más son analizadas en distintos estudios que se publican en este número del BMJ, ofreciendo datos y perspectivas nuevas para valorar y mejorar la e-health. Así, por ejemplo, en un artículo en el que se revisan los 200 sitios sobre cáncer más populares (los obtenidos con Google, que prima el criterio de “link popularity” más que el de “click popularity”), se constata que la popularidad de los sitios médicos depende más del tipo de contendidos que de la calidad y precisión de la información; los sitios más populares son los que tratan, principalmente, del cáncer de mama, de los resultados de ensayos clínicos y otros asuntos de gran demanda, sin que esta superior popularidad presuponga mayor calidad y rigor en los contenidos. Además, como se comprueba en otro estudio, la precisión de la información no siempre se encuentra en sitios con apariencia de credibilidad.

En su conjunto, el BMJ viene a confirmarnos que la calidad es un concepto variable, un intangible que evoluciona con el desarrollo de la tecnología, y que en cierta medida es un valor subjetivo que, como la belleza, está en los ojos del observador. A pesar de la proliferación de herramientas para medirla (en un artículo de Anna Gagliardi y Alejandro Jadad se cuentan hasta 98), no hay ninguna fórmula validada para hacerlo y es más que dudoso que sea posible y necesario. ¿Quién se atreve, pues, a regular la calidad en internet? Como dice el director del BMJ, “si mi labor fuera intentar regular la red, después de leer este número desistiría del empeño”.


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