Sobre las dotes naturales y la genética frente a la voluntad y el deseo
La palabra talento y sus diferentes acepciones provienen de la conocida parábola bíblica de los talentos. En ella se menciona una antigua unidad monetaria, el talento (del griego, τάλαντον o tálanton), muy difundida en la época del Nuevo Testamento por todo el Mediterráneo. Un talento se correspondía con la masa de agua que cabe en un ánfora y equivalía a 6.000 dracmas o, lo que es lo mismo, 21,600 kilos de plata. Los talentos que entrega el hombre de la parábola a sus tres siervos para que los administren en su ausencia eran un buen capital, que los dos primeros consiguieron duplicar y el tercero se limitó a enterrar.
Un dracma de la época era la mensualidad de un artesano o un soldado, de modo que las 6.000 mensualidades de un talento son mucho más que el sueldo de toda una vida. La parábola sobre la buena o mala administración de los talentos recibidos está probablemente en el origen de la evolución semántica de un vocablo que en griego significaba plato de la balanza, peso y, después, moneda, hasta la acepción actual de inteligencia, aptitud o dotes naturales. La vida de las palabras, como han mostrado el maestro Joan Corominas y otros ilustres filólogos, es un viaje apasionante por la historia sometido a las influencias e ideas dominantes en cada época.
Si el talento griego remitía a la capacidad de un ánfora, el actual remite a las capacidades cerebrales. El talento para los negocios, el musical, el deportivo o cualquier otro se refieren a una habilidad fuera de lo normal para desarrollar una tarea. Entre la aptitud y el talento hay un salto cuantitativo y quizá cualitativo: la primera se define como una habilidad en un campo específico dentro del rango de la normalidad, mientras que el segundo es una habilidad excepcional en ese campo. En una sociedad tan competitiva como la nuestra, todas las cuestiones sobre la naturaleza del talento y las vías para su desarrollo son del máximo interés (hay hasta concursos televisivos para el descubrimiento de talentos, como Britain’s got talent, imitado en España y otros países).
La mayoría de los abordajes del talento, ya sea una investigación científica o periodística, acaban remitiendo a la vieja, bizantina y ya cansina discusión sobre lo natural y lo adquirido, donde hay opiniones y argumentos para todos los gustos. Mientras algunos estudios con gemelos subrayan la importancia de la genética, otras investigaciones destacan el aprendizaje (un reciente ejemplo es el libro del periodista Dan Coyle, Las claves del talento. ¿Quién dijo que es innato? Aprende a desarrollarlo).
¿Dotes naturales o voluntad? ¿Genética o motivación? La filología también aporta su granito de arena: talento (dotes naturales) y talante (voluntad) proceden ambas del tálantun griego, según Corominas. En unas épocas se ha valorado más la voluntad (la Edada Media dominada por la Iglesia) y en otras, las dotes naturales (Renacimiento). Hoy, mientras la epigenética nos muestra cómo el medio es capaz de modular la expresión genética, intuimos que los dones y el deseo de conseguir algo son las dos caras de una moneda, nunca mejor dicho, llamada talento.
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