Sobre la intersección de biología con el arte y la irrupción del bioarte
Un teratoma, como indica la etimología de esta palabra, es un «tumor monstruoso». Su monstruosidad radica en que puede tener pelos, uñas, cartílagos, dientes completos y otros tejidos muy parecidos a los tejidos humanos, algo inusual en los demás tumores. Su horrible apariencia ha desconcertado durante siglos a los médicos y ha dado lugar a todo tipo de especulaciones precientíficas sobre su origen, desde el canibalismo a la brujería. Lo cierto es que se trata de un tumor derivado de las líneas germinales del tejido embrionario (ectodermo, mesodermo y endodermo), por lo que tiene la capacidad de desarrollar cualquier tejido y crecer como un embrión, sólo que de forma desorganizada y aberrante. Ahora, esta capacidad del tumor de producir células de diferentes tejidos humanos es valorada como un posible recurso biológico. El teratoma podría ser, por una parte, una fuente de células madre alternativa a los embriones y, por otra, un arma contra el cáncer.
Así pues, estamos ante un monstruo que parece un embrión pero es un tumor, que mete miedo (de hecho, es un recurso usado en algunas películas de terror) pero puede ser benefactor. Es posible, por tanto, ubicar al teratoma en la intersección entre la realidad y la ficción, a la vez que en el centro del debate ético sobre la investigación con células madre y los avances biomédicos. Y eso es precisamente lo que han hecho los artistas de Montreal Jennifer Willet y Shawn Bailey, integrantes de Bioteknica. La producción de este colectivo interdisciplinar de arte y ciencia se ha centrado durante los últimos años en los teratomas, produciendo diversas instalaciones, acciones artísticas y escritos críticos. Willet y Bailey han creado teratomas virtuales mediante programación fractal y esculturas tumorales a partir de productos cárnicos, pero han ido más allá de la representación al desarrollar prototipos de cultivos de tejido a partir de tumores a escala. Para conseguir sus Teratological Prototypes, primero cultivaron líneas celulares de teratoma del ratón P19 in vitro hasta conseguir una buena cantidad de células sanas y luego las introdujeron en contenedores bioabsorventes con forma de teratoma. Renovando el caldo de cultivo conseguían mantener la división celular y crear unas frágiles esculturas vivas que fueron expuestas al público.
Los teratomas de Willet y Bailey no son un caso aislado sino sólo un ejemplo más o menos significativo de la irrupción del llamado bioarte, un espacio artístico emergente situado en la confluencias de la biología y el arte. Ciertamente las ciencias de la vida han alcanzado un protagonismo estelar en el discurso cultural y social, y lo extraño no es que el arte se sirva de la biología, lo extraño sería que no lo hiciera. Desde Australia a Dinamarca, pasando por Barcelona, cada vez hay más propuestas y más bioartistas que intentan explorar las nuevas fronteras de la biología con proyectos que invitan a reflexionar sobre la combinatoria de lo biológico y lo material, lo natural y lo artificial.
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