Sobre el nacimiento y el ocaso de un nuevo síndrome vistos a través de internet

El «economy class syndrome» (ECS) o síndrome de clase turista no ha hecho fortuna en 12 años de vida. Aunque acuñado en 1985 en el Acta Chirurgica Scandinavica, fue The Lancet quien le dio carta de naturaleza en 1988 con el artículo «Air travel and thrombotic episodes: the economy class syndrome» [Lancet 1988 Aug 27;2(8609):497-8].  No es fácil predecir si un nuevo síndrome despertará el interés de la comunidad científica y se abrirá camino en los procelosos caminos de la comunicación médica. El ECS tenía buen nombre, un padrino de «reconocido prestigio» y un toque social y populista, pero todo esto no le ha servido de nada. Hay que reconocer que las 18 referencias bibliográficas cosechadas en MedLine son un patrimonio bien exiguo. Con este bagaje resulta ciertamente imposible conmover las conciencias, ablandar a las compañías aéreas, fomentar la prevención, recaudar fondos para la investigación médica del síndrome o cualquier otra medida imaginable para evitar la formación de trombos en los sufridos pasajeros enlatados en los vuelos intercontinentales. Y si ya iba mal el síndrome, mañana sábado 28 de octubre vuelve a entrar The Lancet en escena para asestarle la puntilla al publicar una carta de investigación que viene a negarle el pan y el agua al moribundo, al asegurar, con los resultados de un estudio prospectivo, que no existe ningún incremento de riesgo de trombosis venosa profunda entre los viajeros.

A otros síndromes, incluso más disparatados en su denominación, no les ha ido tan mal. Pensemos, por ejemplo, en el «sick building syndrome» o síndrome del edificio enfermo, que en una trayectoria paralela consigue más de 200 referencias en MedLine, amén de un sinfín de titulares de prensa y hasta la consideración de la autoridad mundial en la materia, la Environmental Protection Agency (EPA) de Estados Unidos. Y eso que aquí el paciente no es ni siquiera una persona humana, sino una cosa humanizada. Quizá si se hubiera probado con el «sick plane syndrome» las cosas hubieran ido por otros derroteros, porque si los edificios están enfermos no lo están menos los aviones. ¿Hay acaso algún otro espacio menos saludable, más sedentario, más incomunicado, con una atmósfera más enlatada, donde se coma peor y que sea más problemático para una emergencia médica que la fracción de metro cuadrado que le corresponde a cada pasajero de avión? Quizá el fenómeno de «air rage» que se comentaba en esta columna hace unas semanas no sea sino una reacción de rebeldía del pasaje para estirar las piernas y prevenir así el síndrome de la clase turista o acaso una de las posibles manifestación del «sick plane syndrome».

Una de las virtudes de internet es que permite algo que antes era prácticamente imposible con otros medios, como es el contemplar un proceso en toda su dimensión. Con internet podemos ver el nacimiento y la muerte de un síndrome, su impacto médico (en MedLine) y social (en los medios de comunicación). Así averiguamos en el «detective de viaje» de la cadena estadounidense ABC que el «economy class syndrome» no es exclusivo de la clase turista, pues también lo padeció en 1994 el vicepresidente Dan Qualy, que no debía de viajar en clase turista precisamente. O nos enteramos que un periódico patrio, como es El Comercio de Gijón, glosa el síndrome de clase turista en su canal temático gastronómico, donde su autor se despacha con el síndrome como si fuera la respuesta del organismo a «menús específicos para provocar terribles males». Y es que en internet no sólo no hay fronteras, sino que nos muestra rincones insospechados de la realidad y nos enseña que todo o casi ya está inventado. Ahora me doy cuenta yo de que el «sick plane syndrome» también está acuñado.


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