Sobre los términos que conviene evitar en la información médica
Hay muchas palabras cuyo espectro semántico tiene tal amplitud que pueden significar conceptos bien distintos e incluso contrapuestos para diferentes personas. Las palabras en general, pero especialmente las de gran carga emocional o esas otras de amplio espectro semántico, no suelen ser neutrales y, consecuentemente, tampoco inofensivas para el receptor del mensaje. En el ámbito de la información de salud y biomedicina, el uso inadecuado de algunos términos y otro tipo de excesos terminológicos más o menos aparentes pueden tener consecuencias indeseadas. Pero pongamos algunos ejemplos.
El periodista Gary Schwitzer, actualmente profesor de periodismo médico en la Universidad de Minnesota, escribió un acertado artículo en 2000 cuando era director del sitio web de la Clínica Mayo con un título persuasivo: Las siete palabras que no deben usarse en las noticias médicas. Como fruto de su trayectoria de dos décadas y media como periodista de salud, Schwitzer ofrecía su personal lista de siete palabras prohibidas: curación, milagro, avance trascendental (breakthrough), prometedor, espectacular (dramatic), esperanza y víctima. Estas palabras, ampliamente utilizadas en las noticias médicas, parecen a primera vista inofensivas, pero en realidad no lo son tanto. ¿Qué significa, por ejemplo, curación? ¿Quiere decir lo mismo para el médico y para el paciente? ¿Es la desaparición de la enfermedad? ¿Durante cuánto tiempo: un mes, cinco años…? ¿Qué pasa entonces con las enfermedades crónicas? Hablar de milagros en medicina está de más, pues no hay por qué buscar causas sobrenaturales a los éxitos médicos. Por lo que respecta a los descubrimientos etiquetados de “trascendentales”, convendría hacer un repaso de todos los que merecieron un día este adjetivo para comprobar que no era para tanto. Y algo parecido podría decirse de los trabajos, investigaciones, hallazgos, etc, “prometedores” o “espectaculares”: en muchos casos ni la promesa resulta a la postre ser cierta ni el hallazgo especialmente llamativo. Por lo que respecta a la esperanza, ¿no sería mejor presentar los hechos con todo su rigor y que sea el lector quien decida qué dosis de esperanza otorgar a la historia contenida en cada noticia médica? Finalmente, parece obvio que no debería llamarse llamar víctima a ningún enfermo, porque muchos no se consideran como tales.
La lista de palabras potencialmente peligrosas es, ciertamente, mucho más amplia. Por ejemplo, ¿puede llamarse enfermo a quien se somete a una revisión médica o tiene un factor de riesgo como el tabaquismo o la hipercolesterolemia? ¿Son acaso enfermedades los factores de riesgo? El uso inapropiado de las palabras es siempre un peligro potencial en la comunicación médica. Y la mejor manera de combatir este peligro es que tanto los informadores de salud como los lectores o receptores de la información estén sobre aviso y con el ojo avizor para evitar y detectar, respectivamente, esas palabras de riesgo que más que informar desinforman.
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