Sobre el orden de la ineficacia en medicina y su subversión
La lista de procedimientos médicos que estuvieron alguna vez en boga y sólo fueron abandonados mucho tiempo después de demostrarse que eran ineficaces, cuando no perjudiciales, es tan extensa que podría dar para una galería o todo un museo de los errores −y a veces horrores− médicos. Pensemos, por ejemplo, en el uso general e indiscriminado de las sanguijuelas y los sangrados contra todo tipo de dolencias o en la dolorosa cauterización de las heridas de arma de fuego. Pero también en ideas y costumbres médicas mucho más recientes, como la extirpación general de las amígdalas en los niños, o en tantos tratamientos o procedimientos diagnósticos cuyo beneficio no está debidamente demostrado y, sin embargo, son moneda corriente, incluso hoy en día, cuando la medicina pasa por ser más científica que nunca.
La medicina, claro está, no es una ciencia, sino una actividad humana sujeta a la incertidumbre y a una enorme variedad de factores sociales, económicos, históricos y psicológicos, aunque, eso sí, con la saludable aspiración de fundamentarse en hechos científicos. El caso más notorio y reciente de tratamiento de uso generalizado que ha terminado en fracaso ha sido el de la terapia hormonal sustitutiva para tratar los síntomas de la menopausia. Éste es sin duda un ejemplo palmario del desmoronamiento de unas grandes expectativas, pero también de la irrupción de mecanismos correctores, de autocrítica y de reflexión. La gran cuestión que se plantea es por qué médicos de todo el mundo siguen usando tratamientos que no funcionan y hacen tantas otras cosas de eficacia no probada.
Aducir como respuesta lo mucho que se desconoce o que para saber si algo no funciona primero hay que probarlo es seguramente quedarse en la superficie del problema. Un reciente número especial del British Medical Journal (BMJ), probablemente la revista médica más comprometida con la autocrítica y la más agitadora del debate intelectual, se ha dedicado precisamente al análisis y comentario de las usos y terapias ineficaces. En uno de sus editoriales se diseccionan las razones de la perseverancia en algo que no funciona, señalando, entre otras, la esperanza infundada de tener resultados positivos, el propio curso de la enfermedad, los rituales que rodean a la medicina, la experiencia clínica del propio médico (incierta), las expectativas de los pacientes, la confianza en el modelo fisiopatológico (que puede ser erróneo) y la omnipresente necesidad de hacer algo.
En la práctica clínica, y muy especialmente en la actual medicina “defensiva”, parece que es mejor pecar por acción que por omisión, por exceso (de pruebas, tratamientos, etc.) que por defecto, cuando el análisis de la evidencia científica indica que muy a menudo lo mejor es no hacer nada. Como reza un dicho médico: “Los buenos cirujanos saben cómo operar. Los más buenos saben cuándo operar. Y los mejores de todos saben cuándo no operar”. Y lo que subversivamente plantea el BMJ es: ¿por qué no aplicamos esto a toda la medicina?
Deja una respuesta