Sobre los errores en la difusión de estudios epidemiológicos

Hay más que indicios de que la epidemiología no acaba de ser bien entendida por los ciudadanos. Y, lo que es peor, tampoco por quienes difunden los resultados de los estudios epidemiológicos. La deficiente divulgación de estos trabajos es probablemente uno de los principales puntos negros del actual periodismo de salud. La epidemiología tiene que ver con todos los factores que afectan a la salud de la población, ya sean biológicos, psicológicos, sociales o medioambientales, pero las conclusiones de los innumerables estudios observacionales que se publican cada año no son tan claras y contundentes como la influencia del tabaquismo en el cáncer de pulmón, por mencionar quizá el mayor hito de la epidemiología. El problema de la difusión poco rigurosa va más allá de la desinformación, pues puede originar que la gente adopte decisiones equivocadas que afecten a su salud.

El quid de la cuestión suele estar en el lenguaje. Afirmar, es un suponer, que las mujeres que comen nueces tres veces a la semana reducen a la mitad su riesgo de cáncer de mama o de infarto porque un hipotético estudio epidemiológico haya comprobado que existe esta correlación es sacar las cosas de quicio o, sencillamente, faltar a la verdad científica. La epidemiología, las más de las veces, sólo encuentra asociaciones más o menos fuertes entre una condición cualquiera (exposure, en la jerga epidemiológica) y una enfermedad o la muerte (outcome, que dicen los epidemiólogos). Pero las asociaciones epidemiológicas no implican causalidad, una relación que sólo se puede establecerse de forma concluyente con un ensayo clínico controlado y aleatorizado. No es lo mismo decir que el consumo de café, pongamos por caso, se asocia con una menor incidencia de diabetes, como podría concluir un estudio epidemiológico, que afirmar que el consumo de café “previene” la diabetes o que “es beneficioso” frente a la diabetes.

Este tipo de concesiones o desviaciones lingüísticas no son, sin embargo, infrecuentes en los medios de comunicación, en los que prima un lenguaje más resumido, activo y directo que el de la ciencia. Como advierten Mark Zweig y Emily DeVoto, que han estudiado este fenómeno y publican un artículo al respecto en Health News Review, la diferencia puede parecer sutil en términos lingüísticos pero es enorme en términos de significado. Aunque los estudios epidemiológicos sólo identifican factores de riesgo y no permiten establecer relaciones causales, sí pueden abrir pistas para descubrirlas y, amparados por otras investigaciones, ayudar a comprender el origen de las enfermedades. Pensemos por ejemplo en el Framingham Heart Study, quizá el más importante estudio epidemiológico de cohortes, y en su importancia para conocer el origen multifactorial de las enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, de la simple asociación a la relación causal hay un largo trecho que no puede liquidarse sin más con artificios del lenguaje. Ni siquiera por conseguir un buen titular.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *