Sobre el beber, el fumar y asuntos paradójicos en general

[divider_flat] Bien mirado, es una suerte no estar dominados por la razón. Si así fuera, la situación sería difícilmente soportable: tal es la cantidad de sinsentidos, contradioses y otros fenómenos extraños y carentes de lógica que nos salen al paso, sin necesidad de ir a buscarlos. Pero la razón también tiene su corazoncito, valga la paradoja, y por eso confiamos en la ciencia para que resuelva pequeñas dudas, nos procure confort (físico, mental, material y hasta espiritual) y nos aclare algunas situaciones contradictorias. Lo que ocurre es que la ciencia es una gran fábrica de dudas y paradojas. Si se mira bien, parece como si la función de la investigación no fuera otra: tal es la cantidad de dudas y contradicciones, aparentes y reales, que nos descubre.

Vistas así las cosas, el papel del investigador sería identificar una sinrazón o laguna de conocimiento, nombrarla y hacerla suya, para luego proponer una solución razonable, aunque sea incompleta y provisional. Uno de los ejemplos paradigmáticos es el de Serge Renaud, el padre de la «paradoja francesa», quien llamó la atención sobre el hecho de que los franceses tienen menos enfermedades cardiovasculares que los habitantes de otros países, a pesar de que no tener cifras de colesterol menores. Aunque este científico, criado entre viñedos bordeleses, no fue quien acuñó esta paradoja, la hizo suya en un renombrado artículo publicado en The Lancet hace 10 años: “Wine, alcohol, platelets, and the French paradox for coronary heart disease”, en el que argumentaba que el vino era la clave y el factor diferencial. Gracias a esta explicación científica, Renaud pudo acallar la polémica que había generado un año antes cuando expuso en la televisión de EE UU su hipótesis sobre la paradoja francesa, que bien podía entenderse como una licencia para beber.

Ya les gustaría a los fumadores que alguien formulara una paradoja semejante. Pero la llamada “paradoja del fumador”, que ahora nos desvela la revista Nicotine and Tobacco Research, es de otro signo: por qué los fumadores no sólo tienen mayores probabilidades de sufrir un infarto sino también de salir vivos. La respuesta, tras analizar casi 300.000 infartados, es simple: los fumadores son mucho más jóvenes cuando tienen su primer infarto.

Con más o menos acierto en su formulación, la investigación médica es una mina de paradojas. Una de las más osadas y desconcertantes es la de Richard Asher, un agudo médico londinense que, según nos cuenta Petr Skrabanek, advirtió que el éxito de un tratamiento depende tanto del entusiasmo del médico que lo propone como de la fe del paciente que lo recibe. Así, decía Asher, “es mejor creer en un disparate terapéutico que admitir la inutilidad de un tratamiento. Es mejor en el sentido que un poco de credulidad nos puede hacer mejores médicos, aunque perdamos algo como investigadores”. Cualquier día alguien nos dice cuáles son las bases biológicas de la génesis de paradojas. Y lo mismo hasta le damos crédito.


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