Sobre la niña vietnamita de la foto y la mirada compasiva[divider_flat]
La foto de la niña vietnamita que corre despavorida y desnuda una vez que sus ropas han sido consumidas por el fuego de una bomba de napalm cumplirá 35 años el próximo 8 de junio. Es una de las fotos sobre los horrores de la guerra más conocidas, una vez que los conflictos bélicos empezaron a ser cubiertos por fotógrafos profesionales en el frente de batalla y sus imágenes pudieron ser vistas después en los periódicos y revistas de todo el mundo. La guerra civil española fue la primera contienda fotografiada, y desde entonces las imágenes del dolor causado por la violencia bélica se han convertido en un lugar común que por momentos desata nuestra compasión e indignación y, a la vez, amenaza con hacernos insensibles. Kim Phuc, la niña vietnamita de la foto, ha estado recientemente en Madrid para apoyar una campaña de Save the Children y recordarnos que actualmente 39 millones de niños siguen sufriendo, como ella misma, las consecuencias de los conflictos armados y que no podemos hacernos insensibles ante los horrores de la guerra.
«Cuando veo esa imagen una y otra vez, le agradezco a Dios que el «tío Ut» congeló ese momento de la historia con su fotografía, y permitió que las próximas generaciones vieran lo que puede ser el horror de la guerra», ha dicho Kim Phuc. El «tío Ut» es el fotógrafo vietnamita Nick Ut, de la agencia Associated Press, que ganó un Premio Pulitzer en 1973 por esta foto que cambió en todo el mundo la percepción de la guerra de Vietnam. Tras tomar la imagen, Ut recogió a la niña y la llevó en su coche al hospital, salvándole la vida. Kim Phuc, que tenía entonces nueve años y un 65% de su cuerpo abrasado por los 1.200 grados que alcanza en napalm, recuerda: «Cuando me quise dar cuenta había perdido mi ropa, y mi piel empezaba arder. El dolor era tan terrible que perdí la consciencia».
Despertó ya en el hospital, donde permaneció 14 meses y fue sometida a numerosas operaciones. Sobrevivió pero la piel de buena parte de su cuerpo resultó desfigurada y su vida quedó irremediablemente unida a esa foto. Pasó seis años en Cuba (por eso habla español perfectamente) y desde hace tiempo vive con su marido y sus dos hijos en Canadá, desde donde dirige su propia fundación, la Kim Foundation. En 1996, en Washington, perdonó públicamente a uno de los pilotos que participó en el bombardeo, convirtiéndose en un símbolo mundial de la reconciliación, y poco después en Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO.
Los horrores de las guerras del pasado y del presente siguen bombardeándonos con sus fotos y movilizando nuestra compasión. Pero como advierte Susan Sontag, que tan bien ha reflexionado sobre el dolor de los demás y su representación, «la compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita». Dichoso, pues, el fotógrafo Nick Ut que, movido por la compasión, salvó la vida de la niña de la foto. Y dichosos también todos los médicos del mundo que pueden traducir su mirada compasiva en acciones.
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