Identidad facial

Sobre los miedos y problemas del trasplantes de cara

La realización del primer trasplante de cara era una noticia cantada. Había al menos tres grupos de cirujanos –en el Reino Unido, EE UU y Francia– con un protocolo muy avanzado para acometerlo. Los informes anticipatorios de sociedades científicas, como el Royal College of Surgeons de Inglaterra, o de asociaciones de pacientes con deformidades faciales permitían presagiar algo más o menos inminente. El anuncio final del primer trasplante (parcial) de cara, realizado por el equipo del cirujano francés Jean-Michel Dubernard el 27 de noviembre de 2005, saltó a las primeras páginas de los periódicos como una bomba informativa, pero lo cierto es que sus efectos fueron bastante limitados y amortiguados. Aunque la paciente de 38 años a la que se le implantaron labios, nariz y mentón ya podía hablar y comer a los pocos días de la intervención, está por ver cómo prosigue su evolución clínica y si cabe hablar de éxito. Acabe como acabe este primer intento, parece claro que este hito quedará simplemente como un hito más en la era de los trasplantes. Pero lo más importante es que el debate abierto con este primer paso hacía la reconstrucción facial mediante el trasplante ha mostrado que los problemas técnicos, psicológicos y éticos pueden ser abordables y controlados. La selección de los pacientes idóneos se presenta a ojos de los expertos como el principal desafío para el éxito de este tipo de cirugía, porque los problemas técnicos relacionados con el rechazo y la inmunosupresión no son mayores que los que implica un trasplante de riñón. Y en cuanto a los problemas psicológicos y éticos planteados, si bien se mira, no son grandes escollos si se hace una correcta selección de los pacientes.

Muchos miedos y fantasmas sobre el cambio de identidad y el rechazo del nuevo rostro no están del todo justificados. En los candidatos al trasplante, la desfiguración que sufren ya plantea graves problemas de identidad y autoestima, por lo que la crisis psicológica que plantearía un nuevo rostro no tiene por qué ser negativa. Además, hablar de transferencia de identidad no tiene mucho sentido, pues la cara del trasplantado nunca será la misma que la del donante. Como la balanza entre beneficios y riesgos puede ser positiva en ciertos casos, es de prever que el trasplante de cara o de algunas de sus partes se acabe imponiendo como una nueva opción para algunos pacientes con graves deformaciones y problemas funcionales en su rostro. La viabilidad del trasplante facial nos viene a demostrar que la cara es un tejido más. Y lejos de desvalorizar la importancia personal y social del rostro, nos confirma que la identidad es algo más que una cara.


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