Sobre la utilidad de la información médica y su estimación
El volumen de la información médica crece a un ritmo de 40.000 nuevos artículos semanales. Poco importa que sean unos cuantos miles más o menos, si lo cierto y terrible es que bien se puede tardar media hora en leer sólo uno. Esto es desesperante, frustrante, estresante. Y sobre todo, poco útil. Se mire como se mire, el sistema en su conjunto fracasa al hacer llegar al médico la información que le interesa. La inmensa mayoría de lo que se publica no le es útil, y lo poco que sí le sería de interés está escondido y no siempre es fácilmente accesible. La cuestión clave a la que le dan vueltas los editores y manipuladores varios de la información médica es cómo localizar, clasificar y poner al alcance del médico la información útil. En los últimos años, siguiendo la brecha abierta por la medicina basada en la evidencia y aprovechando las posibilidades que ofrece internet, se han desarrollado numerosas iniciativas para intentar dar respuesta a este problema. Pero está claro que su solución está todavía muy lejos. Basta aplicar una sencilla fórmula para percatarse de la complejidad del problema.
David Slawson y Allen Shaughnessy, dos profesores de medicina de familia de la Universidad de Virginia de Estados Unidos, son los autores de una fórmula para calcular y comparar la utilidad de la información médica. Según esta fórmula, la utilidad (U) es directamente proporcional a la validez de la información (V) y su interés o relevancia (R), e inversamente proporcional al trabajo (W) empleado en acceder a esa información. Richard Smith, director del British Medical Journal (BMJ) y uno de los principales divulgadores de esta fórmula, añade en el dividendo el concepto de interactividad (I), pues como bien dice la utilidad de la información aumenta con la capacidad de interactuar con la fuente de información y hacerle nuevas preguntas.
Si pasamos por el tamiz de esta fórmula (U = V x R x I / W) a tres de las principales fuentes de información médica, como son los artículos de las revistas médicas, los libros de texto y las consultas a los colegas, resulta que la utilidad de la información es, en términos generales, baja, media y alta, respectivamente. Los artículos de revista, aun siendo válidos, raramente son relevantes para un clínico, y además cuesta mucho trabajo leerlos y no pueden ser interrogados. Por su parte, los libros de texto, aunque en teoría son fáciles de consultar y supuestamente contienen información relevante, ésta es menos válida y actual que la de las revistas y tampoco son interactivos. Sólo los colegas bien informados pueden ofrecer a la vez información válida y relevante, son fácilmente accesibles y permiten ser interrogados. Mientras no se invente nada mejor, los colegas resultan a la postre la fuente de información más útil, como corroboran cada día las consultas de pasillo y las sesiones clínicas. Ahora bien, ¿quién nos garantiza que un colega esté bien informado? ¿Y cómo demonios se las apaña para estarlo?
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