Sobre la presencia y la ausencia de la risa y el sentido del humor en medicina
En una singular asociación médica estadounidense figura como mérito extraordinario de sus miembros la condición de payaso. Se trata de la American Association for Therapeutic Humor (AATH), fundada hace una década y con medio millar de miembros, entre los que abundan los profesionales sanitarios (médicos, enfermeras y psicólogos clínicos). Los últimos presidentes de esta asociación, “comprometida con el avance del conocimiento y la comprensión del humor y la risa en relación con la curación y el bienestar”, según reza en sus estatutos, han sido Patty Wooten, una enfermera con 25 años de experiencia y 20 años como payasa profesional; Ed Dunkelblau, psicólogo clínico, y el actual Steven M. Sultanoff, también psicólogo clínico además de humorista. Entre los miembros de la AATH hay también investigadores orientados al estudio de la risa y la risoterapia, y otros que trabaja en el campo de la psiconeuroinmunología, como el neurólogo estadounidense Barry Bittman, que estudia cómo las emociones afectan al sistema inmunológico.
Los supuestos que circulan entre los miembros de la AATH giran en torno a ideas bien sencillas e intuitivas, como que el ejercicio diario de la risa ayuda a mantener el equilibrio psicológico, espanta el miedo y da fuerzas y una mejor perspectiva para afrontar los problemas. La risa es considerada como una barata y segura medicina (¡Atención, el humor puede ser peligroso para su enfermedad!, se dice en el sitio web del actual presidente de la AATH), particularmente por sus efectos tónicos y relajantes, superiores a los de una tabla gimnástica. En 20 segundos de ruidosas carcajadas, según el psiquiatra estadounidense William Fry de la Universidad de Stanford (galardonado recientemente por la AATH por su dedicación de toda una vida al humor terapéutico), se realiza la misma cantidad de ejercicio aeróbico que remando durante tres minutos.
Las ideas que difunde la AATH parten de algunos estudios que muestran cómo la risa beneficia a muchos sistemas orgánicos. De entrada, estimula las funciones respiratoria y circulatoria. El diafragma se contrae violentamente y provoca una inspiración profunda, que va seguida de una serie de espiraciones cortas y rápidas. Y así, de forma convulsa, los pulmones se inflan y desinflan, expulsando el aire en salvas que rozan los 100 kilómetros por hora. La sangre oxigenada llega más rápidamente, la tensión sanguínea aumenta y finalmente baja. Al mismo tiempo, las paredes abdominales se tensan y destensan espasmódicamente, y sus sacudidas, que dejan un regusto agradablemente doloroso, se propagan en oleadas hacia el interior. Las vísceras reciben así un reconfortante masaje. Mientras las piernas y los brazos flojean, toda la musculatura facial se contrae en un gesto que deja al descubierto los dientes y empequeñece los ojos. Hasta las inmóviles orejas pueden apuntarse a esta gimnasia contorsionista que libera la tensión muscular y relaja el cuerpo entero. Las expresiones descoyuntarse, partirse o desternillarse (romperse los cartílagos o ternillas) de risa aluden de forma exagerada a ese movimiento espasmódico y descompuesto que recorre todo el cuerpo.
El cerebro, que se suma a la fiesta liberando opiáceos endógenos, es sin duda el promotor de todo este alborozo. Pero, ¿cómo explica la ciencia las causas primeras y últimas de la risa o la naturaleza del sentido del humor? En MedLine la presencia de palabra mágica “laugh” es casi nula: 90 entradas, y prácticamente todas ajenas al tema de fondo. Pero esto no quiere decir que el tema no interese. Así que, para apoyar y estimular la investigación de la risa, desarrollaremos esta cuestión la próxima semana.
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