Sobre el lecho como indicador sanitario y metáfora de la vida y la muerte
En los países desarrollados la vida de muchas personas empieza y acaba en una cama de hospital. En los hospitales de todo el mundo hay unos 20 millones de camas, una cantidad insuficiente y además desigualmente repartida. Antoni Tàpies ganó en 1993 el León de Oro de la Bienal de Venecia por una gigantesca cama de hospital, una obra realizada durante el conflicto de Bosnia Herzegovina como protesta contra la guerra y la muerte violenta. Una segunda versión de esta instalación, que incluye somieres viejos, mantas y almohadas, cuelga desde 1998 de una de las paredes del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). La cama de Tàpies es la clásica cama de hospital de tubo de acero blanco, que poco o nada tiene que ver con las articuladas y ortopédicas camas hospitalarias modernas, pero que funciona mucho mejor como icono del dolor y el sufrimiento. La obra se llama Rinzen, una palabra japonesa que significa súbito despertar y que puede entenderse también, en términos más filosóficos o místicos, como una iluminación súbita.
Más del 10% de las camas hospitalarias de todo el mundo están ahora en Japón, donde tocan a una por cada 60 personas. En Mónaco hay una por cada 46 personas; en España, una por cada 244; en Suecia, una por cada 278. Estas cifras del Banco Mundial, referidas a 2002, incluyen las camas de los hospitales públicos y privados, así como las de los centros de rehabilitación. Los dimensión de un hospital no se mide por sus médicos o enfermeras, sino por el número de camas, lo mismo que los rebaños se cuentan por cabezas. Pero en muchos países del mundo lo de menos son las camas, porque faltan además médicos y medicinas. En Niger o en Nepal no hay ni dos camas por cada 10.000 habitantes. “Los pacientes con disentería son colocados en el suelo ya que las camas están ocupadas por los enfermos de Kalazar, los que han sufrido mordeduras de serpientes, los quemados…”, contaba en 2003 The Kathmandu Post, el principal diario en inglés de Nepal. Si los centros sanitarios de algunos países no dan abasto en condiciones normales, la situación en caso de epidemia o de catástrofe nos remite a otras épocas.
En otras épocas, en cada cama del Hôtel-Dieu de París, un hospital fundado en 651 para cuidar a pobres y moribundos, cabían tres personas: una enferma, una agonizante y otra muerta. Durante las epidemias, atender a un enfermo era morir con él. Felizmente, los hospitales y la medicina han cambiado mucho en el último siglo. En los países avanzados, se tiende a acortar los ingresos sanitarios y fomentar el “llamado hospital en casa”, con lo que la cama hospitalaria es la propia. La cama como principio y fin, como lecho del placer y del dolor, del descanso y del miedo a la muerte, es una buena metáfora de los anhelos y peripecias de una vida. No es fácil expresar con palabras todos los significados asociados a la cama. A veces el arte lo consigue mejor. Van Gogh, por ejemplo, pintó la cama de pino donde dormía y se pintó a sí mismo.
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