Sobre la necesidad de noticias médicas completas
El creciente protagonismo de los ciudadanos en el gobierno de su salud y su enfermedad también empieza a tener consecuencias en la información médica. Como quiera que los pacientes pueden llegar a tomar importantes decisiones sobre su salud a partir de las noticias de los medios de comunicación, la calidad de la información es un asunto esencial de la ética profesional y en la toma de decisiones de los enfermos. Ante esta necesidad, se está perfilando un movimiento para evaluar la calidad de las noticias médicas que sirva a la vez para orientar a los pacientes y para promover la excelencia periodística. Si el abc del periodismo es la veracidad, la imparcialidad y la independencia, hay un valor adicional que es más fácil de medir y que en cierto modo resume las exigencias de rigor, equilibrio y ponderación: la completitud. Para valorar cualquier avance médico o terapéutico, la información ha de ser lo bastante completa y ponderada. Con la idea de medir el rigor, la ponderación y la completitud de las noticias de salud, especialmente las referidas a tratamientos y otros procedimientos médicos, algunos proyectos, como el autraliano Media Doctor, de The Newcastle Institute of Public Health, o el Health News Review Project, de la Foundation for Informed Medical Decision Making de EE UU, han puesto en marcha un sistema normalizado de evaluación basado en una decena de criterios. Son estos: 1) Novedad: la información debe dejar claro si se trata de un tratamiento novedoso, si se trata de una reformulación de una vieja idea o si es un tratamiento antiguo. 2) Disponibilidad: debe especificarse si se trata de un tratamiento comercializado o si es una terapia experimental. 3) Cuantificación del beneficio en términos absolutos y relativos, pero nunca sólo en valores relativos. 4) Mención de las alternativas disponibles: deben explicarse cuáles son las alternativas disponibles y sus ventajas e inconvenientes. 5) Mención de la calidad de las pruebas, pues el peso de las evidencias de una revisión sistemática o de un ensayo clínico es bien diferente al de un pequeño estudio observacional. 6) Mención de los efectos indeseados. 7) Uso de fuentes diversas e independientes, aparte de los autores de la investigación. 8) Contextualización más allá del comunicado de prensa que difunde un estudio. 9) Mención de los costes comparativos del tratamiento. 10) No favorecer la medicalización ni lo que se ha dado en llamar disease mongering o promoción de enfermedades, mediante la exageración de las tasas de incidencia o prevalencia, la confusión de un factor de riesgo con una enfermedad y otros procedimientos. Cumplir todos estos requisitos es, sin duda, un enorme desafío para los periodistas médicos, pero es la mejor garantía de que su trabajo es responsable y útil para los ciudadanos. Si la información médica no es rigurosa, ponderada y completa, más vale no hacerla, porque interfiere con el acto médico y además lo que consigue no es informar, sino desinformar.
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