Sobre los riesgos del café y el riesgo de los titulares rápidos
[divider_flat] La bibliografía biomédica sobre el café y la cafeína ocuparía, en términos de las antiguas bibliotecas, unos cuantos anaqueles completos. Con más de 21.000 registros en PubMed, la cafeína es quizá la sustancia psicoactiva más consumida y estudiada. Sus efectos fisiológicos son bien conocidos, pero una cuestión bien distinta es su condición de factor de riesgo de multitud de enfermedades o problemas. En este sentido, la epidemiología sigue buceado de forma pertinaz en busca de posibles asociaciones, que reiteradamente saltan a los medios formando oleadas de noticias, a menudo inconsistentes y contradictorias. El café, como el té o el chocolate, son una mina de titulares de salud. La última es la que relaciona la cafeína con el aborto.
En todo el mundo, una gran proporción de adultos toman café o té de forma cotidiana y, para la mayoría de ellos, tomar entre dos y cuatro tazas diarias, no representa ningún problema de salud. En su Historia general de las drogas, Antonio Escohotado señala que la cafeína posee 10 veces menos actividad que la cocaína y que un litro de café concentrado equivale a unos 10 gramos de cafeína; la dosis activa mínima puede fijarse en 150 o 200 miligramos y su efecto se prolonga durante una media hora. Sólo las personas más sensibles a la cafeína pueden sufrir inquietud, ansiedad, irritabilidad y problemas para conciliar el sueño con una mínima dosis. Como la cafeína atraviesa la barrera placentaria, su consumo excesivo se desaconseja a las embarazadas, entre otras cosas porque se sospecha que puede elevar el riesgo de aborto. Para encontrar pruebas que sustenten esta recomendación, se han realizado numerosos estudios observacionales, pero la relación entre el consumo de café y el riesgo de aborto era y sigue siendo controvertida. Como muestra, basta citar dos estudios recientes, publicados en enero de 2008. El primero, en la revista Epidemiology, no encontró una relación estadísticamente significativa entre la cantidad de cafeína consumida y el riesgo de aborto; en cambio, el segundo, publicado en American Journal of Obstetrics and Gynecology, indica que las embarazadas que consumen más de dos tazas de café diarias tienen el doble de riesgo de sufrir un aborto que las que no toman bebidas con cafeína.
Como cabía esperar, la noticia más difundida ha sido la negativa, la que daba cuenta del segundo estudio e invitaba a las embarazadas a prescindir del café o reducir su consumo. Como consejo es de lo más prudente, pero los resultados del estudio, escrutados a la luz de la bioestadística, no lo avalan, despiertan recelos metodológicos y, en cualquier caso, deberían ser confirmados en otras investigaciones. Lo preocupante y revelador es que este ejemplo del café y el aborto no es un caso aislado, sino una muestra de un cierto tipo de epidemiología exprés que ofrece titulares rápidos. Digamos que es todo un signo de los tiempos que corren en la investigación y la divulgación médicas. O, mejor dicho, un síntoma. Porque duele.
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